Otra caguama

Sentir con el estómago, con la garganta, con los pies. Sentir en los ojos los mares del mundo. Respirar un segundo solo para naufragar al otro ¿Qué hago con la angustia que me punza en la nuca? ¿Cuánta tristeza puede albergar mi corazón sin que este se marchite en la estancia? La luz entra y trato de que me de. Trato de alejar la bruma de mi cara, lo consigo a ratitos con dosis de té, café y series de amiges que pueden ser mis madres. Pero siempre vuelve, como a las playas de mi ranchito natal. El frío abraza y me entrega la nostalgia, me sirve a cucharada soperas la acidez del invierno y lo que este representa en mi vida ahora. Solía ser feliz en el invierno. Solía ser feliz más seguido ¿O será que la negación de años me hacía anestesia sobre las heridas ¿O será que el andar en bicicleta por la playa hasta que mis piernas no pudieran me consolaba las alas y me las reparaba tantito? No sé si nací melancólica. No sé si nací preocupada por darme cuenta de tanto. No sé si por eso la letras me encontraron y -aunque trate de alejarlas- siempre vuelven como un putazo o un vómito después de muchas caguamas, sólo para seguir tomando otra.

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